domingo, 7 de diciembre de 2025

La Construcción del Yo Narrativo: ¿Cómo llegamos a ser los protagonistas de nuestra propia vida? ¿Cómo se articula nuestra narratividad, sino es a través de una historia compartida? Este proceso, al que podríamos denominar “el viaje del protagonista,” no es un sendero que recorremos en solitario. Es un camino que se comparte y se co-construye con el entorno, los personajes y el argumento, como en cualquier narración digna de su nombre. En el juego y en la vida misma, somos protagonistas que, como miembros de una tribu, debemos considerar a los personajes que intervienen en la historia que encarnamos: familia, escuela, educadores, terapeutas… Son estos personajes principales quienes, además de participar en la acción, co-construyen nuestra historia. Ellos aportan el conflicto esencial, y su influencia es tan poderosa que logra mantener nuestro interés en la narrativa de nuestra vida. Este mismo principio se refleja en el juego narrativo, donde el escenario, el contexto, las motivaciones y los personajes principales o secundarios permiten que el protagonista no atraviese su historia en soledad, sino acompañado, recibiendo la ayuda necesaria para alcanzar sus metas, el psicomotricista y/o el grupo de iguales acompañan en este jugar tanto sensorio motrizmente como a nivel del juego simbólico, especialmente de roles. En este contexto, la comunicación verbal y no verbal emergen como realidades que exigen una adaptación constante, siendo, además, una creación sociocultural esencial de nuestro grupo humano. La expresividad psicomotriz nos permite precisar, matizar los afectos, y la representación posterior de dicha expresividad a través de gestos, dibujos o esencialmente palabras tienen la capacidad de actualizar en un instante lo vivido. Centrándonos en la palabra que surge durante la sesión y en su representación no debe ser una fotografía estática; aspiramos a trascender ese límite, queremos avanzar hacia la narración, donde la historia ya tiene forma, donde existe una secuencia: pasado, presente y futuro. En la narración, el protagonista se mueve, se expresa, recuerda y proyecta. La narración nos abre a la novela de nuestra vida; es palabra en movimiento, es una secuencia de acciones. Como diría Chomsky, usamos el lenguaje no solo para comunicarnos, sino para dar sentido a nuestro universo. Siguiendo a Stern, reconocemos que las palabras presentan ventajas en la experiencia humana al dividir la realidad no verbal en categorías más definidas, distinguiendo claramente entre pasado, presente y futuro. Esto nos permite tejer una red más amplia de asociaciones y trascender la realidad con mayor facilidad. Sin embargo, también comprendemos que la palabra tiene sus limitaciones: no siempre puede expresar de manera precisa las experiencias globales, y a veces es torpe al intentar reflejar las gradaciones entre categorías. Además, a diferencia de la acción, que es rápida y profundamente emocional, el lenguaje es lento y puede desligar emoción y pensamiento. Por ello, en la práctica psicomotriz, entendemos que es esencial que ambos lenguajes, el verbal y el no verbal, se complementen, porque la representación verbal constituye un campo privilegiado, un espacio estimulante para la acción pedagógica, terapéutica y de investigación. Stern describe el desarrollo del sentido del Yo narrativo como una perspectiva subjetiva organizadora que intenta poner orden en nuestra experiencia, cualquiera que sea el nivel en el que esta se registre y organice. En la construcción de este Yo narrativo, Stern distingue cinco fases evolutivas: el Self emergente (0-2 meses), el Self central o nuclear (2-6 meses), el Self subjetivo (9-18 meses), el Self verbal o categórico (18-36 meses) y finalmente, el Self narrativo (3-4 años). Es en esta última fase cuando el niño empieza a desarrollar la memoria episódica y autobiográfica, momento en que puede comenzar a contarse y a jugar historias sobre los acontecimientos y experiencias que ha vivido. Es aquí donde ya puede tejer una narrativa autobiográfica, consciente de actores con deseos y motivaciones, de un contexto histórico, de un escenario físico, y de una organización dramática en secuencia. Observamos que la mayoría de las historias pueden ser relativamente simples, pero es la influencia de los personajes lo que las complica. Los personajes, adultos e iguales, reales o imaginarios impregnan la historia, le dan profundidad y la dirigen en nuevas direcciones; su manera de ser, sus intenciones y sus actitudes pueden alterar el curso inicial de la narrativa. Es de los personajes, y especialmente del protagonista, de donde la historia jugada en la sala de psicomotricidad obtiene su fuerza. En nuestras intervenciones psicomotrices, podemos favorecer este proceso de construcción verbal utilizando técnicas y actitudes específicas, como las que hemos detallado en trabajos anteriores (Muniaín, Serrabona, et al., 2000). Estas técnicas incluyen facilitar la expresión mediante preguntas claras sobre objetos y acciones, organizar la representación por cuerpos de actividades, evitar inducir sentimientos o reacciones “correctas,” pero sí facilitar soluciones afectivas a los problemas que el niño plantea. También es fundamental que prestemos atención al mensaje tónico, postural y gestual del niño, que resaltemos la vivencia afectiva, manifestando nuestros propios sentimientos ante lo que dice, y que ayudemos a que el grupo asuma un rol protagónico. Finalmente, es crucial llevar las fantasías del niño a coordenadas espaciotemporales y asegurar que lo que expresa coincida con las acciones de los demás niños. Nuestro protagonista, el niño o la niña, avanza como indicábamos anteriormente, a través del juego y del cuento, entre otros elementos, hacia el clímax de su narrativa personal, hacia la conciencia de su propia identidad, donde la historia alcanza su punto culminante. Este clímax, representado por la afirmación del “Yo,” es la meta hacia la cual toda la historia se ha dirigido. El proceso de construcción de la identidad narrativa en los primeros años de vida es decisivo para las futuras historias que protagonizará, pues todas estarán ligadas a esta primera película, a esta narrativa inicial que comienza a desarrollarse en la sala de psicomotricidad y que se expandirá a lo largo de su vida. En el proceso de construcción de la propia identidad, debemos recordar que la relación entre los bebés y sus padres o educadores es una relación mutua y recíproca. Mientras tratamos de comprender al bebé, el bebé también intenta comprendernos a nosotros. Un personaje bien definido siempre aporta algo valioso a la historia, y la historia, a su vez, enriquece al personaje. Los personajes bien elaborados son más abiertos, más sustanciales; conocemos diversos aspectos de ellos, entendemos su forma de pensar y somos conscientes de su estado emocional. Un personaje influye en la historia porque tiene una meta, un objetivo que marca la dirección de la narrativa. Desde el inicio de la historia, algo sucede que motiva al personaje a perseguir esa meta, y es a través de esta motivación que la historia se desarrolla. Es crucial comprender o ayudar a descubrir la motivación del personaje, ya que, sin ella, es difícil involucrarse en la historia que protagoniza. La motivación debe impulsar al personaje dentro de la historia, y en ocasiones, es necesario retroceder para comprender mejor las razones que lo llevan a actuar. Cuando el protagonista empieza a actuar, se embarca en un viaje emocionante de descubrimientos externos e internos. Desde el principio, el bebé se siente atraído por los sonidos, las cosas que puede tocar y ver, así como por las sensaciones propioceptivas y vestibulares, lo que genera una primera integración sensorial que construye progresivamente su unidad corporal. Sin embargo, pronto, los demás se convierten en su principal fuente de interés. Posteriormente, se interesa por el entorno que lo rodea, y frente a él, reacciona, iniciando una comunicación que, como todos sabemos, es lo que salva la distancia entre las personas. En esta etapa inicial de la vida, los problemas más comunes surgen de la falta de impulso y la dispersión de la línea argumental. El impulso ocurre cuando una escena conduce a la siguiente de manera natural. La curiosidad exploratoria del niño hace progresar la acción hacia el clímax de la historia. No obstante, si cada escena nos llevara hacia adelante sin obstáculos, la historia perdería fuerza y profundidad. Es la “falta”, el obstáculo o la frustración lo que lleva al niño a utilizar sus primeros vehículos de comunicación y afirmación. Es en esta resistencia a separarse donde nacen los primeros conflictos, tan necesarios para dar base a la trama. Estos conflictos pueden ser de orden interno, cuando el personaje no está seguro de sí mismo o de sus acciones, o de relación, los más importantes y trascendentes, centrados en las metas mutuamente excluyentes del protagonista y el antagonista. Más tarde, también surgirán conflictos sociales, situacionales o incluso cósmicos, que ayudarán a fraguar la esencia del carácter. Las experiencias tempranas, positivas y negativas, condicionan los sentimientos que nos hacen reaccionar de una manera u otra ante la vida. Sabemos que es fundamental que las experiencias positivas superen en número e intensidad a las negativas. Parte del arte de educar a un niño radica en enseñarle a tolerar gradualmente las frustraciones. Los bebés necesitan contacto, voz, y que formulemos en palabras sus experiencias. Las preocupaciones innombrables e indefinidas son las causas de las pesadillas, y es sorprendente lo temprano que se puede hablar con los niños sobre estas inquietudes. Volviendo al símil de la obra teatral o cinematográfica, toda forma artística debe manifestar un sentido de unidad. Las narrativas buscan coherencia a través de la anticipación, el cumplimiento de motivos recurrentes, y el uso de la repetición y el contraste. Los motivos recurrentes suelen ser temáticos, imágenes o ritmos que se emplean a lo largo de la historia para profundizar en la línea argumental y añadir relieve al tema. En la evolución del niño, ¿cuáles serían los temas recurrentes? El desplazamiento, la permanencia del objeto, el reconocimiento en el espejo, el miedo a los extraños, la prensión, el interés por los demás, la imitación diferida, el aprendizaje del compartir, el acceso a lo simbólico, el lenguaje... La repetición nos ayuda a centrarnos en una misma línea, y el uso del contraste proporciona un efecto similar, enfrentando elementos opuestos en momentos futuros. Toda historia necesita puntos de acción para avanzar. Estos puntos son sucesos dramáticos que provocan una reacción, y pueden ser de varios tipos: • Puntos de giro: Barreras que fuerzan al protagonista a tomar una nueva decisión. • Complicaciones: Eventos que no provocan una respuesta inmediata, pero cuya reacción se dará más adelante. • Reveses: Giros completos que originan un nuevo desarrollo en la historia. Estas reflexiones nos llevan a pensar en la detección y prevención de señales de alerta, ya que pueden ser barreras, complicaciones o reveses. Debemos intentar prevenirlas para que la historia no se rompa y permita una secuencia continua de escenas de acción y reacción. Es aquí donde el psicomotricista puede intervenir, ayudando a construir una historia positiva y satisfactoria, orientando la narrativa hacia el clímax (autoimagen). Si la complicación, barrera o revés es demasiado intensa y difícil de soportar para el niño o su entorno, el psicomotricista puede intervenir desde un proceso educativo o terapéutico psicomotriz para reconstruir la historia utilizando los medios propios de nuestra disciplina entre ellos, como se ha comentado anteriormente y ampliamos a continuación: el juego narrativo y el cuento jugado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario